«Los caminantes son practicantes de la ciudad, la ciudad se hizo para poder caminar. Una ciudad es un lenguaje, un repositorio de posibilidades, y caminar es el acto de hablar ese lenguaje, de seleccionar esas posibilidades. Así como el lenguaje limita lo que se puede decir, la arquitectura pone los límites de donde se puede caminar, pero el caminante inventa otras maneras de ir. «
Rebecca Solnit, Wanderlust: A History of Walking
Para Ricardo Alcaide caminar por la ciudad es el comienzo de muchos encuentros inesperados con aquellos desechos que interrumpen el paisaje urbano y traducen la geometría de su discurso. Las ciudades se presentan hoy planificadas y legibles para el paseante que busca encontrar en ellas algunos desórdenes que le permitan crear nuevos lenguajes.
Durante su estadía en Santiago de Chile la mirada de este artista deambuló desde los mercadillos, fachadas de edificios de departamentos modernistas, y hasta las viviendas ligeras hechas por los indigentes. Para Alcaide se vuelve imposible hablar de algo sino es teniendo una experiencia con ello. Desde esa premisa y desde la ética que se crea en relación al paisaje y su contexto comienza la conceptualización de una obra que remite primero a una arquitectura modernista y vernácula, segundo se acerca formalmente a la historia del arte -a una escena de abstracción y geometría tremendamente influyente en su formación artística-, y tercero a una realidad social latinoamericana.
En su caminar la recolección es instintiva, va juntando aquellas cosas que la sociedad desecha porque ve en ellas un potencial escultórico, pictórico y arquitectónico. Muchas de las cosas que va juntando parecen inservibles o no poseen una función particular, sin embargo pueden volverse piezas fundamentales en la construcción de sus obras. Una madera con un borde pintado de azul encontrada en los desechos de un antiguo colegio, un plano geométrico de color amarillo comprado a un vendedor ambulante, unos cartones agujereados recogidos de la calle, un cajón de madera sacado de entre las basuras del reciclaje, y muchos hallazgos más fueron utilizados para el montaje de la presente instalación[1]; seleccionados para ser intervenidos por la mano del artista -pintados, envueltos, plegados-, o simplemente fueron reubicados y montados minuciosamente sobre estanterías de metal.
El emplazamiento urbano de la galería –un hexágono de cristal en medio de la plaza de unas torres modernistas- es el escenario perfecto para Intrusiones. Esta instalación nos invita primero a observarla desde el exterior y luego recorrerla, como si siguiéramos los pasos que el mismo artista ha dado por la ciudad. Ricardo Alcaide a dispuesto unas estanterías metálicas que hacen las veces de edificios como metáfora a la arquitectura vertical de las Torres de Tajamar[2]. De diferentes alturas y espesores estos muebles de color gris concreto, contienen en sus estanterías objetos cargados de geometría que crean una composición sobre el paisaje urbano.
Las intensiones de Alcaide actúan como bisagra entre lo político y lo poético por el modo en que se posiciona ante una problemática social –la del desecho y la vivienda- y la traslada a cuestiones estéticas. En Intrusiones la yuxtaposición de objetos y pinturas se mueve de lo formal a lo conceptual, o más significativamente desde lo lúdico hasta lo brutal. Esta instalación es la expansión de una pintura que existe solo en sus bordes ya que la interrupción –pictórica y simbólica- de estos objetos en el espacio arquitectónico de la galería viene a criticar abiertamente la función tanto del arte como de los espacios que habitamos.
Cuando el espectador recorre Intrusiones va descubriendo un mundo de tradiciones y afectos – implicados en el acto creativo y en la observación- ya que puede reconocer algunos de los desechos de su propia ciudad transformados en pequeñas obras de arte. La sensibilidad de Alcaide ha llevado la realidad al límite de su abstracción. Las pinturas sobre tela hechas por la mano del artista se confunden con las piezas hechas a partir desechos, todas dispuestas en las mismas estanterías, apoyadas unas sobre otras, reposando horizontalmente sobre sus repisas. Éstas -como la arquitectura en la ciudad- ponen los límites del caminar, sin embargo ofrecen nuevas perspectivas, otro modo de mirar y convivir con las geometrías del espacio. Estas prácticas de la ciudad remiten de forma específica a “otra espacialidad” (Merleau-Ponty, 1976) -una experiencia antropológica, poética y mítica del espacio-, y también a esa esfera de influencia opaca y ciega de la ciudad habitada. Lo que Ricardo Alcaide crea es una ciudad trashumante y metafórica, insinuando así su vitalidad.
Hay que decir, como señala G. Bachelard en La Poética del Espacio, que en la medida que habitamos nuestro espacio vital, de acuerdo con todas las dialécticas de la vida, nos enraizamos, de día en día, en un rincón del mundo. Del mismo modo los gestos que construyen la obra de este artista van sembrando nuevos conceptos éticos y posiblemente nuevos signos de identidad, en una sociedad que desecha tanto su basura cotidiana como su historia en pro del consumo de una estética que excluye todo aquello que aparenta ser precario, viejo, obsoleto, desubicado u olvidado; Intrusiones propone mediante su formalidad artística –sobre todo la pictórica- hacer consientes las preocupaciones cotidianas de los habitantes –caminantes- de la ciudad contemporánea.
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