Art is purposeless yet intentional imitation of the beauty of nature by the creative genius;
while natural beauty is made by nature without awareness
nor aesthetic intention, and often for a purpose.
Carolyn Chrystov- Bakargiev
La galería L21 huele a Lirios del Valle estos días. Es la bienvenida a la primavera. Vestimos más ligero, pasamos más tiempo en la calle, nos paramos a sentir el sol en la cara, los árboles florecen, los pajaritos cantan; nuestros sentidos están despertando y estamos más animados preparándonos para el calor. Atrás quedan los momentos grises del invierno y ya no hace falta llorar “lágrimas de cocodrilo” en reclamo por unos días más luminosos. El aspecto de todas las cosas es transformado por la naturaleza que, en la constante labor por mantener su equilibrio, utiliza diferentes estrategias para camuflar y hacer aparecer su inconmesurable belleza.
Paul Cowan (Kansas City 1985) viene repitiendo esta práctica hace ya algunos años, pintar uno o varios muros del espacio de exposición añadiendo a la mezcla unas gotas de esencia aromática. Al entrar en esos lugares nuestro sentido del olfato distrae nuestra atención visual llevándonos a un espacio más recogido, a un lugar físico, a un estado mental diferente. El arte comienza su juego desorientándonos. ¿Qué es lo que huele?¿Huele la pintura?¿Está viva?. Efectivamente lo está. La pintura está compuesta por partículas invisibles que le dan su textura, su color y ahora su aroma, mediante compuestos químicos se imitan el olor de lo Lirios del Valle para reproducirlo como si fuera real. Pero es difícil considerar, al ver una exposición, aquello que no podemos ver, aquello que no podemos constatar que está ahí. Cuando un pez va nadando bajo el agua, en su hábitat natural, se dice que este no percibe el agua por la que se mueve, como posiblemente nosotros no percibimos el aire que respiramos. Así mismo, el pez cuando ve un anzuelo sumergido en el agua no distingue si éste es un ser vivo o es una imitación de la naturaleza, una trampa.
El arte continua su juego engañándonos. Hay también en la sala unos bastidores entelados de diferentes colores, con los pliegues de los dobleces de la tela sutilmente marcados, de los cuales cuelgan anzuelos de pesca, cucharas y moscas. Éstas últimas se adhieren a la tela como los mosquitos se pegan a una superficie de luz durante la noche, como si su radar los llevara a chocar una y otra vez con otra forma de vida. Vemos cómo los materiales y los seres sintientes interactúan; se tocan entre sí, se rozan, y vienen al mundo a través de este contacto. Las obras en exposición no ponen resistencia sino que respiran de manera profunda el ambiente que se genera entre los elementos que hay en la sala, donde nosotros somos un factor fundamental. La obra de arte, y todas las partículas que la componen, nos piden que creamos, que demos un voto de fe de su existencia y de su vitalidad. El artista conoce nuestras debilidades y sabe que buscamos en el arte algo excepcional, algo que altere nuestro estado natural, que nos encante.
Esta exposición juega de manera brillante con la manipulación de nuestros sentidos interviniendo en nuestro cuerpo y convirtiéndose así misma en nuestro propio estado mental. Si es que el arte imita la naturaleza, éste debería poder también entrar en un estado de mímesis con nosotros, generar la empatía suficiente para imitarnos a nosotros mismos. Esta idea de arte como ente vivo, y obras de arte como “herramientas encantadas”[1], nos ayuda a repensar este campo, mediante el cual muchas alianzas de la naturaleza podrían ser falsificadas. El arte ha ganado el juego y nos tiene en sus manos.
[1] Carolyn Christov-Bakargiev. Worldly Worlding: The imaginal fields of Science-Art and making patterns together. Mousse Magazine